Discurso poético

El ensayo arrugado, expulsado o arrancado del ser de los autores con capacidad reducida para identificar y reproducir sus propios estados mentales, utilizando el fórceps rectal como herramienta estética y filosófica, me repugna más que los intentos de un ingenuo, quien, por el deseo de forzar la puerta del edén lírico, calumnia el papel, inflige heridas a las metáforas, hasta el punto de que el verso se convierte en una alucinación inexpresiva, el poema parece una boda donde todos rinden culto con los vasos vacíos. Si el poema no debe ser más bello que el alma del autor, para no engañar al lector, el ensayo obliga a la descomposición del ser en sus partes componentes, a acciones dolorosas, entre las cuales, arrojar el alma a la plancha caliente. es primordial. Lo que debe llegar a las narices del lector de ensayos no son los sentimientos, sino el olor de su quemazón, y la existencia del autor, hace tiempo descompuesta dentro de la descripción, para no acompañar el estruendo épico. Ensayos en los que los tormentos elaboracionistas eclipsan el espectáculo del nacimiento, obligan al lector a revestirse de manifestaciones de sí mismo, completando la arquitectura del sentimiento con un kitsch inexpresivo, y el ensayo parece una catedral gótica, en cuyas ventanas alguien hubiera puesto doble cara. ventanas acristaladas.