La distinguida gestiòn de Pierre de Coubertin
las devuelve de nuevo a la vida
retornan del polvo impàvido de los siglos,
esparciendo armonìa entre las naciones
con el sello de la noble antorcha.

El brillo austero de las agujas de pino corintias
y los fulgores laureados con corona helènica
proclaman en relevantes caracteres;
la inmensa plenitud de Javàn
que arde en los robustos atletas.

Entre espirales de acanto cimbra la medalla
reluciente y sonora dàdiva para el pecho triunfador
que circundan cordoncillos de laureles.

Y arrancados del antiguo friso los alìgeros competidores
se esfuerzan para enaltecer el honor de Olimpia
dejando atràs la vana idolatrìa de Pèrgamo,
unidos los bìceps en un solo conglomerado
audaces persiguen la misma meta.

El visionario Baròn nos trajo a nuestra moderna època;
aquellas hazañas grabadas por los buriles memorables.

Inmenso anhelo de gloria rompe la serenidad griega
como un trueno desbarata la quietud estètica,
arrollador ìmpetu que bate todas las marcas
y elude fieras barreras
para alcanzar el olìmpico podio.