El guía de rostro anguloso
se adentra en el laberinto.
Lo domina un mutismo
que raya
cerca del mármol.
Entra sin ningún temor
del recinto sinuoso,
va a explorar profundidades
para traer un respuesta,
aunque sea patética
y le añada incógnitas al suplicio.
Abajo navega con la vela henchida
lo espera un océano,
que debe atravesar sin evasiva.
Peleará con bestias prehistóricas
íntegro tiene que allanar la salida,
después de domeñar cíclopes;
en el mástil va enarbolado el recuerdo de su amada.
A medida que va bajando
se desata la tormenta eléctrica,
la cofia se ilumina con el fuego de San Telmo
su rostro va cambiando
y la blonda cabellera de Absalón;
se transforma en melena antediluviana.
La brújula gira al revés
la oscuridad domina todo,
y el huracán revienta el oído.
Su barca anda al garete
y un trueno magnético
lo estrella contra la roca.
Ha cruzado el pasadizo cóncavo
para salir expulsado por una fumarola sulfurosa
sin respuesta y con más inquietud que ayer.