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■ Pașadine în vers alb (73)
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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2006-08-04 | [Acest text ar trebui citit în espanol] | Anchos remos inundan los cuerpos de la vieja Tebas, batiendo corceles crepitantes en roja osamenta perdida. Campanudas teas, exaltan el canto de Anubis, que bifurca la piedra incandescente en columnas hirvientes donde se astillan las arpas, por donde surge la cresta sangrante de volutas y llantos fallidos para las visiones circulares de aullidos famélicos, y los mares atraen ultrajes de fondos impíos. Junta los desperdicios de carbones ahumados, y fractura en silencio las oraciones marchitas. Tiembla la noche en el acantilado muerto, que pregona la evolución de las fosas; y hacia el nebuloso Tártaro se arrastra el guijarro, que en buen tiempo era el golpe contra la peña. Apagado reposo de mil lunas que arden donde la febril peste adorna a la musa que tropieza. Movimiento celeste que entrelaza nube, sol y lluvia en tormenta vigorosa, donde los gritos provocan lágrimas en la frágil espuma del bosque petrificado. El horizonte se detiene en la zarza, y la quimera se enardece en el cáliz escarlata para la viperina mordacidad que sobre las ánimas en cruenta lid obligo al heleno que tomó partido. Los acerados muros se sostienen en la irremisible crueldad, de oscuro yelmo, que remonta en las avenidas del mundanal holocausto, levantando la sangrienta alabarda que en los pechos del sabio monarca descansará sin clemencia. Se unen al estrépito los tronantes cascos de fieras embravecidas, que atraviesan entre gritos desesperados los refugios vulnerados de mujeres y niños atrincherados, que sin más hogar que la desesperación y el hambre ungen su bravía existencia en los altares olímpicos de los ocultos verdugos que contorsionan el cuerpo para blandir la cimitarra, que en negras volutas extinguen el pálpito cada vez más frenético de los llamados a la muerte impía. Y en voraz cardumen, hacia los mares, las blancas costas asolan, derramando el rocío escarlata que anuncia el descenso a la tierra marchita. Son de piel de chacal, que corren tras la presa con la blasfemia de la víbora en los ojos, ungidos por la tierra de la podredumbre y el malestar de las bocas dentadas, que viajan en silencio, con la noche como madriguera, y el hastío del mundanal grito que espanta a la criatura de tierno existir, que pronto abastecerá su vientre.
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