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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2009-07-25 | [Acest text ar trebui citit în espanol] | baldosas bastonadas de un amarillo perdido nuestra vereda bastonadas también las que seguÃan hacia la esquina, la casa del lado era casa esquina de vereda con grises baldosas no pudieron ninguna de las dos veredas domar los caprichosos paraÃsos, en la nuestra habÃa uno, en la otra tres, más dos al dar vuelta a la esquina, pero esos no intervinieron, fueron los cuatro de este lado los cuatro de este lado que al unÃsono fueron reventándolas, a las veredas me refiero; sus raÃces fueron, ¡con sus raÃces las reventaron! pobrecitos ellos, sólo naturaleza y tiempo los llevó a ser tan grandes y para ello: ¡grandes fueron sus raÃces! -lo que les costó la vida- un dÃa llegó el camión municipal con su cuadrilla de corregidores y de ellos se ocuparon sin contemplar edad, hidalguÃa, o majestuosidad; primero los desgajaron, los fueron mutilando, luego los cercenaron en cuantos trozos pudieron; al final, como rito de victoria, arrancaron hasta sus raÃces… y después emprolijaron las veredas y nuevos canteros más reducidos lucieron quedaron las veredas chatas, aburridas, overas con baldosas algunas parecidas, otras para nada, como un desierto lánguido lleno de monotonita ciudad no se cuanto tiempo pasó nuestra casa totalmente desnuda, sin sombra, sin pájaros; en los canteros pusieron trémulos arbolitos que no resistieron perdimos para siempre esas redondas jorobas que le daban movimiento de mar a nuestra vereda, las mismas que saltábamos con las bicicletas en riesgosas acrobacias que nos hacÃan sentir los más enormes del mundo, o en donde , entre sus corvadas raÃces, librábamos las más terribles batallas, buenos contra malos, con los soldaditos de plomo, éramos generales invencibles; también perdimos para siempre las guerras de las bolucas y los amarillos del otoño nunca más ni nuestra casa ni la vecina, la casa esquina, pudieron disfrutar las tardecitas otoñales hoy voy a mi casa, casa de mi madre, sigue desnuda, sin pájaros, con su vereda aburrida y plana, pero a su lado ya no está la casa vecina, la de la esquina ni el gris de su vereda, se la tragó la urgencia de la ciudad; murió otra majestuosa mansión, como los pobres paraÃsos de la cuadra; en su lugar hay un edificio enorme lleno de ¡tensión!, el barrio va perdiendo el alma lentamente hasta que desaparecerá la calle que mimaba las veredas, las bastonadas veredas, era una calle ancha con sombras, bien arbolada; donde solÃa para el camión del verdulero y se juntaban las vecinas para armar el dÃa, para dar movimiento a la vida; o paraba la jardinera del lechero que nos dejaba en los umbrales de la cuadra, como velas apagadas, las botellas de vidrio con leche fresca ahora es angosta, agitada; un rÃo enardecido de autos apurados con la prisa del mundo sobre sus espaldas la desborda… baldosas bastonadas de un amarillo perdido, nuestra vereda, la que nos vio nacer, crecer, partir y hoy volver, pero ya no hay esa complicidad de las siestas, ni el murmullo de los gorriones, ni la voz del diariero, ni ese silencioso calorcito con pequeñas brisas de los otoños; hay silencio, un silencio abrupto, uno profundo y triste imposible de consolar
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