sabía que un día vendrías
contaba un día a la vez y diez veces
hasta la intermitencia de cada estrella

tu mirada atravesaba los espacios vacíos en mi rostro
tal como la primera vez que te vi

quiero aprender el sonido de tu voz
tu idioma
tu oscuridad
quiero aprender el ritmo de tu respiración
y a verme tan lejano estando tan cerca

sabía que un día vendrías
que estabas allí
en silencio
esperando al final de la calle
balanceándote sobre los arboles
tomando con tus manos el sol

estabas allí debajo de la cama
con mis dilemas volando como libélulas
conteniendo la ecuación de las estaciones
la suma de los inviernos
que te castigan sin abrazos en cuarto menguante

estabas tras la puerta
en la calle oscura
en el teléfono que nunca suena
y hoy te veo tan iluminado y claro
acompañándome sin frío y sin temor
a través de esta noche
que nos persiguió desde el principio
sumergida en nuestras venas y nuestro esqueleto
y que nos reúne ahora
ahorcados y calcinados entre claveles rojos como dos tiernos hermanitos.