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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2007-05-03 | [Ce texte devrait être lu en espanol] |
La Historia General de las Indias
y todo lo acaescido en ellas. (CapÃtulo primero) Pero, ¿cómo? ¿cómo? la madera enciende mujeres de lluvia, increÃbles, labiales, ¿blasfemas? Es decir, de Santa MarÃa y española certeza, de los dominios de Castilla y Aragón. Aunque los cronistas de Indias cambiaron el nombre de MarÃa por Isabel La Reina. Hablaron por verdad y asà fue que convirtió tierna mente la fragua de las espadas, entre moros y cristianos, en pétalos y fuentes y regadÃo. Y en jardines bailando y trovando el mÃo Cid y los moros. Los moros de Alá, en el desierto de lÃmpidas abluciones. Un lomo de arena, el cántaro y la sombra húmeda: oasis. En el sur, el sur de la PenÃnsula, decÃan los sevillanos: que el fuego de la tarde era similar o igual, ¡qué barbarie! al infierno seguro para los infieles. Paréntesis. (Sobre todo para los hombres guerreros, ciegos, mudos y sordos) Pues, las mujeres infieles, aunque los laicos, los curas, los frailes y los obispos apartaron sus errores y la confusión de la Trinidad SantÃsima, con la arena de las tormentas y el EspÃritu Santo asomándose entre manantiales y azulejos blancos y moviéndose en el rectángulo de Alá y Mahoma, ellas y ellos (los infieles) ¡fenómeno! ¡estupendo! en los patios al este de las fuentes y sus dibujos de madera y el jugo goteando de las frutas y Entonces, directamente, como está escrito en las sagradas escrituras, infieles, las mujeres no fueron. A la inversa, Procuradoras de la Cruz desde Sevilla a Madrid de Barcelona a Lima, como escribió en los comentarios reales El Inca Garcilaso de la Vega. A la forma de la época, que no tiene nada, pero, nada que ver con las mujeres moras y con mujeres indias, de las Indias. Del clavo de olor, de la pimienta y la canela, el tomate y el chocolate. Más seguido llegaron segundones y casi presos o libres por la gracia del Rey de España y de la Reina, que en todo esto tuvo mucho que ver, meter y sacar y volver a meter. Y volver al preciso lugar las almas del señor, en la oscuridad de la mar océano, para definir hasta dónde era verdad la fe de España. Y esas almas y el pregón equÃvoco de Salamanca, de Francisco de Vitoria y por sà además también, Bartolomé de las Casas. Aunque el cielo desaparezca y se hunda, repentinamente, la tierra del señor, aunque la peste entre castellanos y aragoneses, barran las carabelas y las minas de oro dejen el brillo en los baúles de los Reyes, mi deber es escribir, escribir lo sucedido y sellar-lo con firma. Francisco López de Gómara Edición de Zaragoza de 1555 ©Radamés, Montevideo, 22 al 29 de Abril, 2007, Uruguay.
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