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- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - 2007-04-24 | [This text should be read in espanol] |
Temprano en la mañana del 23 de diciembre de 1989, llegué a Santiago después de 13 horas de agotador viaje en bus desde Valdivia, mi ciudad de adopción. Viajé a la capital sólo para estar en ella, por asuntos profesionales y por el dÃa. DebÃa viajar esa misma noche de vuelta para pasar la navidad con mi familia.
Muchos recuerdos pasaron por mi mente en ese agotador dÃa de trabajo. Entre ellos, las largas conversaciones con mi vecino y amigo Rubén, veinte años mayor que yo. Conversaciones de muchas tardes desde mis incipientes doce años hasta el dÃa que dejé la capital para radicarme en Valdivia, cuando ya tenÃa veintiséis. Las recordaba muy bien, él habÃa sido muy importante en mi vida, pues siempre estaba para aconsejarme y pasearme por su cultura asombrosa para mà en esos años. Me llevó a la música clásica y a la ópera su pasión de años, me hizo leer muchos de los libros de su biblioteca. Siempre me intrigó, cómo un dibujante publicitario, que laboraba en su casa, pudiera apasionarse tanto por la cultura. Sumido en esos recuerdos, terminada mi labor y, antes de ir a cenar, para posteriormente tomar mi bus que me llevarÃa de regreso a mi hogar, me dirigà a visitarlo, pues ya no tenÃa la casa paterna que colindaba con la casa de Rubén, mi padre habÃa fallecido el 83 y mi madre el 86, y en acuerdo con mis hermanos se habÃa vendido la propiedad pocos meses después que ella nos abandonara. Llegué a su casa contento de poder conversar nuevamente con él, lo que habitualmente hacÃa cuando viajaba a Santiago, pues sus conversaciones me deleitaban, aunque ellas no fueran más allá de una media hora. Toqué el timbre y me recibió su esposa, la que no me hizo ingresar a la casa como tradicionalmente lo hacÃa. Se limitó a decirme que su esposo no me recibirÃa, pues no tenÃa ánimo de ver a nadie. Aparte de lo extraño de la situación, noté amargura en su rostro. Al ver mis interrogantes en pocas palabras me contó que a Rubén, los médicos le habÃan detectado un cáncer terminal y que su proyección de vida no era más allá de dos meses. Impactado con la noticia y sin poder hacer nada, me fui a cenar a casa de un familiar, en la que me recibÃan cada vez que hacÃa estos viajes relámpagos a la capital. Profundamente emocionado, antes de la cena escribà una larga misiva para Rubén, la que antes de ir al terminal de buses la pasé a dejar a su casa. Esperaba poder volver antes de los dos meses, al comienzo de mis vacaciones de verano. Asà lo hice, llegando el 26 de enero de 1990 y, en el mismo dÃa de mi llegada fui a visitarlo. Ahora la noticia que me esperaba era infausta. Mi amigo, mi maestro de vida, habÃa muerto diez dÃas antes. En su casa después de las condolencias respectivas, al inquirir si me habÃa escrito alguna respuesta a mi carta, me entregaron un poema, que suponÃan era para mÃ. Posteriormente supe, no sé por qué amargura, destruyó todos sus escritos, narraciones, cuentos, ensayos, poesÃa y todavÃa creo que escribÃa una novela, que también debe haber destruido. Sólo el poema se salvó, posiblemente, como el único legado que nos dejaba, pues sacó varias copias, que las repartió entre los que más estimaba. Hoy después de catorce años, revisando papeles, entre mis antiguas carpetas, me encontré con la carta y el poema, las que ya creÃa perdidas y sin poder recrear en ellas, por mucho tiempo, las tantas emociones encontradas que me sucedieron entre ese 23 de diciembre de 1989 y el 26 de enero de 1990. Para poder finalizar esta narración y a objeto de compartir esta historia entre las almas sensibles que se puedan emocionar como yo y, al mismo tiempo dejarla a la memoria de Rubén, las entrego para su publicación, como un anexo a esta narración. Santiago, 23 de Diciembre de 1989 Estimado Rubén: Es difÃcil poder empezar a comunicarte algunas ideas que se me agolpan en la cabeza, sobre todo sabiendo y comprendiendo tu especial, difÃcil y conflictiva situación. No pretendo de modo alguno, interferir tus pensamientos con asuntos que, por lo general son de buena crianza, lo que intentaré es ir a lo profundo de tu situación entregándote, si me lo permites, dos ideas que quisiera reflexionaras; más adelante en el tiempo te daré otras. Perdona mi osadÃa, pero lo hago sin ninguna petulancia, todo lo contrario, mi interés es sólo poder ayudarte en la medida de mi poca capacidad. El ser humano quiéralo o no, en lo más recóndito de su corazón, tiene latente la idea de la trascendencia y eso tú lo entiendes a la perfección, pues sé que siempre ha primado en ti la honestidad y ella ha sido sincera, pues tu eres sincero contigo mismo. Esta trascendencia se puede manifestar de distintas maneras, por ejemplo, con la inteligencia, con la bondad, con el interés de servir a los demás y en general entregando valores para formar individuos que sean útiles a la sociedad. Esta entrega puede ser conciente o inconsciente y eso es lo que distingue a las personas, pues en el caso mÃo, debe ser conciente y una obligación, ya que eso es parte de mi profesión; pero en cambio, tú lo has hecho de una manera inconsciente y eso es lo que la hace más valiosa. Tu modelo, tus enseñanzas, tus consejos han caÃdo en campo fértil, al menos en mi persona y reconozco que gran parte de las cosas positivas que yacen en mà (a pesar que tengo muchas negativas), te las debo y más aún creo que un buen porcentaje de mi personalidad, es obra tuya y, en múltiples oportunidades y a muchas personas se los he hecho saber. En suma, has sido un gran maestro de vida para mÃ. Te lo agradezco en toda la dimensión de su valÃa y durante toda mi vida te lo agradeceré. En fin, al menos has trascendido conmigo y, esa misión la has cumplido con creces. No puedo decir que lo has logrado con los demás, pues desconozco tus actuaciones en estos aspectos, pero me imagino que son muchos los que como yo la han recibido, especialmente tu familia (tu mujer, tus hijas, tus nietos). Te has realizado en este respecto como ser humano, eres un ser evolucionado. Otra de las cosas de importancia que quisiera compartieras conmigo, es la perspectiva del dolor, tanto en lo fÃsico como el del alma y quisiera que entendieras, como yo lo percibo, pues he sido un hombre que ha sufrido mucho en su vida, es posible que no tanto como tú, pero en eso comparto las ideas de mi querida madre, pues como ella, pienso que el dolor no es un castigo, sino que una preparación del fortalecimiento del espÃritu, que nos hará crecer y vivir en plenitud esa vida que todos intuimos que existe. Se positivamente que en el fondo de tu alma compartes esa idea. No intento con lo anterior decÃrtelo en forma de resignación, si no que es un mensaje de vida en la trascendencia del tiempo. El dolor es previo a grandes cosas, el que no sufre no puede llegar a conocer la grandiosidad del Universo y las leyes que lo gobiernan. Todo tiene su explicación, lo único malo, es que la pequeñez de nuestro cerebro lo hace incomprensible. Tú vas hacia las perspectivas que grandes hombres en la historia han intentado obtenerlas, me refiero a la evolución del ser humano. Quisiera comunicarte otras ideas, pero el poco tiempo que dispongo y el pequeño lapso que he tenido después de conocer tu situación me han impedido reflexionar más al respecto, pero si tu lo tienes a bien, ojalá me contestes (y aunque no lo hagas te volveré a escribir en el futuro inmediato desde Valdivia (*)). Creo que son estas las cosas que te importan y no las trivialidades que nos suceden a diario, pues ellas no aportan demasiado a un hombre de la inteligencia y del talante como el tuyo. Con el cariño que un hijo le tiene a un padre (pues eso he sentido siempre hacia ti) se despide, Lionel. (*) Múltiples obligaciones, en ese mes de enero me impidieron escribirle de nuevo como era mi intención, pues cada vez que lo intentaba, necesitaba hacer otro asunto de premura inmediata, me disculpaba internamente con el hecho que estarÃa en Santiago a lo más el 26 de enero. POEMA DE RESPUESTA Les dejo los caballos desbocados de los hombres ambiciosos. Les dejo los caminos frecuentados por las almas generosas. Les dejo el sol y la luna con sus nubes pasajeras. Les dejo el calor del amor que no alcancé a terminar. Allá donde yo voy llegaré con los ojos abiertos como ventanas aireadas a mi lugar sin noches. Allá donde voy oiré la música de tus dÃas y para siempre miraré tus ojos. Allá donde voy dejaré mis manos y mi boca en la parte del tiempo donde te conocÃ. Allá donde voy Sin arrugas ni dolores Todo blando y tibio Y toda la luz de su NOMBRE. (en este lugar puso su rúbrica) Enero 1990. Lionel HenrÃquez Barrientos Invierno de 2003
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