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El agua corre, se desliza, se duerme, se eleva, besa, lame, copula.

Siempre lo ha hecho, lo sigue haciendo y estoy segura que no lo dejará de hacer.

Conoce los caminos aunque los transite sin mirarlos.

Libre va empujada por la fuerza de su peso.

Es el archivo de la tierra y de los cielos.

Recoge sin proponérselo el oro, las semillas o la mugre. Silente lleva los anales de los tiempos de un lado a otro. Lo muestra a las nubes y también lo arroja al mar. Lo lleva a las entrañas de la tierra y lo devuelve a la superficie a través de los ojitos de agua que luego forman unos hilos iridiscentes cuando el Sol empieza a besarlos.

El agua estremecida por los arrumacos de ese dorado amante, inicia un recorrido sinuoso, se retuerce con gracia en su lecho, el que solo se dibuja cuando ella pasa, digo, se encabrita como una amante coqueta en frenesí por las caricias de su amor.

El agua es ella, o es él. Asexuada y feliz. Es la madre, la fuente primordial en la que se gesta la vida. En ella quedan fijadas el palpitar primero que siente el óvulo cuando embiste el afortunado espermatozoide que le ha de comunicar que juntos formarán los cimientos de un nuevo ser. Ese líquido ha corrido, corre y va a correr con todos líquidos amnióticos, juntando en uno solo el recuerdo de las razas del hombre, de los animales y de las plantas y que están inscritas en ese archivo viajero.

Es mágica, pues tiene la capacidad de tomar todas las formas de los cuerpos. Sutil, es el vapor humectante cuando el calor la besa, así se desplaza hacia los cielos o a formar parte de todos los cuerpos. Cómo líquido, y concretamente en el caso de la lluvia, es una lengua fogosa que se solaza en los cuerpos excitando la gestación de las semillas dentro de la tierra. Y en forma sólida se acomoda como corona en los picos helados de las montañas como una diadema de brillantes. Encaje fino del vestido de las cordilleras de nieves eternas que guardan con celo unos recuerdos que solo verán aquellos a los que Natura les permita fisgonear al entregar su archivo.

Ella se duerme cuando después de arduos y gozosos recorridos cae plena y contenida en esos ojos de los que hay unos cuantos regados por toda la Tierra y que llamamos lagos y lagunas.

Cómo se aflige cuando no se la trata como el elemento de la vida, cuando se la malgasta en usos que no van a favor de los sedientos, o cuando se le cohíbe el uso a los más desvalidos y su dolor crece cuando se montan monopolios que la vuelven objeto de poder, de ansias desmedidas de dinero.

El agua es ella “la fuerza”, es la energía, es la luz. El agua es la esposa del Fuego, que puede volar con él por el Aire y que ese vuelo excitante puede exigirles bajar como rayo anunciando con estremecedora voz, el trueno, que van a copular en su nido natural llamado Tierra. En ese forcejeo se besan los cuatro, si, son los cuatro elementos que nunca podrán estar separados.

El agua, siempre ella, los tendrá enlazados.
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