Teniendo en cuenta que aquel día, Zenón no tenía nada previsto por hacer, creyó muy conveniente, salir a buscar lo imprevisto.

Dejar que algo le sorprenda, que algo se le imponga como gratificante, sin haberlo planeado antes, cancelando cualquier reiteración programada.

Con gran fuerza, y habiendo crecido como bola de nieve, daba vueltas en su cabeza atolondrada, esta incipiente idea:

-Desde hace ya bastante tiempo, sólo hago lo que planifico con anterioridad, como no dejando espacio, para que ninguna grieta, pueda ser ocupada por lo inesperado.

Yo no diría, que las cosas que hago, me resultan desagradables, es más, casi siempre son gratificantes, pero también sucede, que hay un montón de otras, que espero ansioso a que sucedan, y de hecho nunca acontecen, dando la sensación aparente, de que la fortuna me hubiese abandonado, o se hubiese vuelto totalmente esquiva.

Hoy llegué a una suposición, que tiene creo, un alto grado de probabilidad.
Es casi seguro, que en todo lo planificado, existan algunos elementos, que por su condición, sean excluyentes de esas otras cosas, que uno siempre intenta alcanzar, pero que nunca llega a hacerlo. Es muy probable que en la planificación, lo más preciado, quede totalmente aislado y privado de viabilidad.

Siento casi haberme convencido de esto, y es por esta razón, que decidí romper con esta maldita rutina, plagada de inercia y repetición. Decidí dejar de formatear a la realidad, y que mejor, sea ella, quien me de un formato, obviamente no anticipado, y tal vez ahí, hagan aparición esas cosas que uno quiere que sucedan.

Este razonamiento, le otorgaba a Zenón, un cierto entusiasmo, una cierta descompresión de sus obsesiones, pero a su vez también una cosquilleante e imprecisa angustia. Pensaba que dejando de instrumentalizar la realidad, además de la posibilidad de hechos agradables y sorpresivos, cabía también la posibilidad, que le pudiesen ocurrir hechos lamentables, que con la planificación cotidiana, dejaba por fuera de su esfera personal. Pero también se daba cuenta, que este último pensamiento, era un mero justificativo de su arraigada inercia, para no arriesgarse a lo inesperado.

En su cabeza, le dio firmeza a la idea de atreverse a afrontar lo impredecible, y ahí se dio cuenta, que no era tan fácil hacerlo, ya que aquello no implicaba ninguna regla a cumplir, ya que dejarse llevar, no es una acción, sino una pasión.